Uno de los mayores errores que cometí fue querer ser 'el chico bueno'. Pensaba que ser una buena persona significaba complacer a todos, decir lo que querían oír, y tener siempre una respuesta, aunque fuera inventada. Me preocupaba tanto lo que los demás pensaban de mí, que eso definía mi estado de ánimo.
Ese deseo constante de agradar terminó haciéndome daño. Me agotaba mental y emocionalmente. En el intento de parecer siempre correcto, terminé afectando tanto mis relaciones personales como el entorno laboral. Fingir saberlo todo no solo es falso, también es insostenible.
Con el tiempo entendí algo importante: no se trata de ser un 'chico bueno', sino un hombre auténtico. Aceptar que no siempre tienes las respuestas, que está bien poner tu bienestar primero, es un acto de honestidad y amor propio.
Y lo más curioso es que, cuando tú estás bien, realmente puedes aportar más a los demás. No desde la apariencia, sino desde tu verdad. Porque ser auténtico no solo te libera… también inspira